Final de mi aventura en Suiza
“¿De qué te quejas? Eres un privilegiado por trabajar aquí. ¿Sabes que hay 10.000 tíos ahí afuera dispuestos a entrar ahora mismo?”
Y del argumento “hay 10.000 tíos ahí afuera” se deduce, por infalible lógica, que tienes que aguantarte con la miseria que te pagan y encima dar las gracias.
No ha sido éste mi caso, como ya he comentado. Además, gracias a mi austera dieta “estudiante universitario en los tardíos 1990s” he conseguido ahorrar un poco de dinero y todo, lo cual no viene mal para mantener la autoestima en niveles aceptables. De la ciudad me llevo unos cuantos recuerdos, buenos y malos, no tanto de museos, catedrales y cosas de ésas sino de las personas con las que me he llegado a cruzar. La número 1, sin duda, es la célebre Jenny, una frágil muchachita venida de Oklahoma para hacerme menos aburridas las tardes en la biblioteca. No quiero hablar mucho de ella porque, como predica un buen amigo mío, en la vida hay que ser generoso con los inferiores. Solamente mencionaré su “peculiar” cultura geográfica: la tía está absolutamente convencida de que todo el mundo se sabe de memoria el mapa de los Estados Unidos (es el único mapa que ha estudiado ella en su vida, claro) y de vez en cuando suelta coletillas del tipo “como sabes, Texas está debajo de Oklahoma”, o “bueno, esto ya lo sabes, que desde Kansas tienes Nebraska, luego Dakota del Sur y después Dakota del Norte”. Me fascina el modo en el que la Jenny da por hecho que el mundo entero se estudia el mapa de su país, mientras luego me pregunta cosas como el significado de la palabra “Quito”, sin saber que se trata de la capital de Ecuador (dudo además que sepa qué es Ecuador), o reconoce sin pudor alguno que no sabe quién es Hugo Chaves.
Más allá de la pobre Jenny, me gustaría hablar de un peculiar triunvirato de freakies con los que he hecho amistad en estas semanas:
- Un tipo que ha escrito una guía turística a China y que está ahora mismo traduciendo la obra de Franz Kafka al indonesio.
- Un profesor de matemáticas chino que no sólo presume de ser el mejor poeta de su país, sino que se autopresenta como traductor de Jorge Luis Borges, Octavio Paz y Alejandra Pizarnik. Lo cual no está mal si no fuera porque el hombre no tiene ni idea de español, ya que es incapaz de diferenciar el singular del plural (¿pensaba que se iba a ir de rositas ante Arbusto? No way). El caso es que el tipo gana dinero y prestigio inventándose traducciones que, evidentemente, nadie se va a tomar la molestia de comparar mediante un minucioso examen chino-español/español-chino.
- Un joven de Philadelphia que acaba de terminar un Máster en Teología y que quiere escribir una tesis doctoral sobre San Agustín. Mientras tanto, se gana la vida dando clases de esquí a soldados tullidos que vienen de Irak y Afganistán.
Caso aparte es mi casero, un sueco que tiene una bandera gigante de Estados Unidos en su salón, que escucha “Si tú no vuelves” de Miguel Bosé y que se gasta la renta que le pago en putas.
La raza humana: ese gran misterio.