Esencias carpetovetónicas
Contadas/expurgadas mis vicisitudes informáticas, propongo una de esas breves e intrascendentes reflexiones de quien ve acercarse el fin de semana. El tema de hoy es, básicamente, el siguiente: de cómo los iconos culturales norteamericanos son absorbidos España. O, más que absorbidos, asimilados y reconfigurados con un peculiar y perenne toque carpetovetónico. Se me ocurre por ejemplo el caso de series televisas como Siete vidas, inspiradas en sit coms tipo Friends, que mantienen el esquema apartamentos-con-mucha-gente-entrando-y-saliendo pero siempre con la peculiaridad que consiste en añadir la figura bufonesca de uno o varios individuos con acento andaluz (sevillano o gaditano para ser más concretos, aunque también puede ser el cordobés del portero de edificio en Aquí no hay quien viva); la figura de la chacha andaluza estilo la Juani en Médico de Familia es opcional pero no por ello menos socorrida, porque ya se sabe que queda más simpático y menos clasista/racista que sacar a una ecuatoriana o a una colombiana haciendo el trabajo sucio de la casa (que es lo que sucede mayormente hoy en España).
En cualquier caso, no hay variante española que me fascine tanto como la parafernalia que rodea las despedidas de soltero/a. Hace unos años estas fiestas no se hacían, es decir, que la gente podía pillarse una borrachera con los amigos (servicio de prostitutas opcional) antes de casarse, pero de un modo más artesanal y casual. Ahora ya se sabe que no hay boda sin despedida en toda regla: hay que pagar un local, pagar a las chicas (o a los chicos), montarla bien gorda para que luego la cosa dé que hablar (aquí normalmente quien da la nota es la divorciada de turno) y todo eso tan edificante y catártico. Pero hete aquí que los yankies, en el momento de importarnos sus horteradas, ignoraron la capacidad de los españoles para añadir dos elementos altamente simbólicos a un evento originalmente representativo del American way of life.
Estoy hablando, por supuesto, de la vaquilla que la gente sale a torear después de ingerir una conveniente cantidad de alcohol a una conveniente velocidad. Y es que en una buena despedida no sólo tiene que haber comida, bebida, tetas y/o rabos por doquier, sino un pequeño ruedo en el que sentir el cálido roce de la testuz del animal topándose con nuestras costillas. Más fascinante aún es ese segundo elemento consistente en colocar un tricornio en la cabeza de la futura casada. Puedo admitir que las chicas se coloquen en la cabeza un pene bien hermoso (puestos a ser vulgares, qué más da) pero aún sigo sin explicarme donde está el sex appeal de una prenda tradicionalmente asociada a guardia civil paleto haciendo control de alcoholemia en carretera comarcal. Sin duda alguna, los caminos de lo cañí son inescrutables.