Después de tres años en danza, creo que ya va siendo hora de concluir esta travesía arbustiana. Comencé a escribir en febrero de 2005, todavía viviendo en España, y desde agosto de ese año me trasladé físicamente (mentalmente ya estaba fuera de España desde hacía mucho tiempo) a Kabul, o a la ciudad que he venido en llamar Kabul. A fin de cuentas, si el infierno somos nosotros, supongo que también Kabul está donde nosotros queremos que esté. Pocas cosas hay definitivas en la vida, y desde luego un mísero blog no es una de ellas, así que tampoco puedo prometer que ésta es una despedida definitiva. La intención es que lo acabe siendo, desde luego.
Si tuviera menos pudor habría escrito una especie de obituario virtual (lo bueno de los obituarios es que siempre hablan maravillosamente del muerto en cuestión). Pero, en lugar de seguir dando la paliza con mis obsesiones, he preferido hablar a través de la voz de otra persona, alguien con más talento que este mísero arbustillo. Por esta razón, he decidido incluir unos extractos de la última entrevista concedida en vida por Roberto Belaño, poco antes de morir en 2003 por una insuficiencia hepática. Porque soy un vago, y porque suscribo cada una de las palabras de Bolaño, quiero clausurar este blog con un homenaje al autor de esa punzante novela titulada Los detectives salvajes.
Fue un placer, chicos.
(extractos de Confesiones de un detective salvaje, entrevista de Mónica Maristain)
¿No cree que si se hubiera emborrachado con Isabel Allende y Ángeles Mastretta otro sería su parecer acerca de sus libros?
-No lo creo. Primero, porque esas señoras evitan beber con alguien como yo. Segundo, porque yo ya no bebo. Tercero, porque ni en mis peores borracheras he perdido cierta lucidez mínima, un sentido de la prosodia y del ritmo, un cierto rechazo ante el plagio, la mediocridad o el silencio.
¿Ha vertido alguna lágrima por las numerosas críticas que ha recibido por parte de sus enemigos?
-Muchísimas, cada vez que leo que alguien habla mal de mí me pongo a llorar, me arrastro por el suelo, me araño, dejo de escribir por tiempo indefinido, el apetito baja, fumo menos, hago deporte, salgo a caminar a orillas del mar, que, entre paréntesis, está a menos de treinta metros de mi casa, y les pregunto a las gaviotas, cuyos antepasados se comieron a los peces que se comieron a Ulises, ¿por qué yo, por qué yo, que ningún mal les he hecho?
¿Ha robado algún libro que luego no le gustó?
-Nunca. Lo bueno de robar libros (y no cajas fuertes) es que uno puede examinar con detenimiento su contenido antes de perpetrar el delito.
¿Se ha quemado la piel con un cigarrillo?
-Nunca voluntariamente.
¿Ha tallado en un tronco de árbol el nombre de la persona amada?
-He cometido desmanes aún mayores, pero corramos un tupido velo.
¿Se enamoraba de las vecinas más grandes que usted?
-Por supuesto.
¿Las compañeras de la escuela le prestaban atención?
-No creo. Al menos yo estaba convencido de que no.
¿Qué cosas debe a las mujeres de su vida?
-Muchísimo. El sentido del desafío y la apuesta alta. Y otras cosas que me callo por decoro.
¿Ellas le deben algo a usted?
-Nada.
¿Ha sufrido mucho por amor?
-La primera vez, mucho, después aprendí a tomarme las cosas con algo más de humor.
¿Qué cosas lo aburren?
-El discurso vacío de la izquierda. El discurso vacío de la derecha ya lo doy por sentado.
¿Qué cosas lo divierten?
-Ver jugar a mi hija Alexandra. Desayunar en un bar al lado del mar y comerme un croissant leyendo el periódico. La literatura de Borges. La literatura de Bioy. La literatura de Bustos Domecq. Hacer el amor.
¿Usted ve su obra como la suelen ver sus lectores y críticos: arriba de todo Los detectives salvajes y luego todo lo demás?
-La única novela de la que no me avergüenzo es Amberes, tal vez porque sigue siendo ininteligible. Las malas críticas que ha recibido son mis medallas ganadas en combate, no en escaramuzas con fuego simulado. El resto de mi "obra", pues bueno, no está mal, son novelas entretenidas, el tiempo dirá si algo más. Por ahora me dan dinero, se traducen, me sirven para hacer amigos que son muy generosos y simpáticos, puedo vivir, y bastante bien, de la literatura, así que quejarse sería más bien gratuito y desagradecido. Pero la verdad es que no les concedo mucha importancia a mis libros. Estoy mucho más interesado en los libros de los demás.
¿Qué le hubiera gustado ser si no hubiera sido escritor?
-Me hubiera gustado ser detective de homicidios, mucho más que ser escritor. De eso estoy absolutamente seguro. Un tira de homicidios, alguien que puede volver solo, de noche, a la escena del crimen, y no asustarse de los fantasmas. Tal vez entonces sí que me hubiera vuelto loco, pero eso, siendo policía, se soluciona con un tiro en la boca.
¿Confiesa que ha vivido?
-Bueno, sigo vivo, sigo leyendo, sigo escribiendo y viendo películas, y como les dijo Arturo Prat a los suicidas de la Esmeralda, mientras yo viva, esta bandera no se arriará.
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