Biorritmos kafkianos
Desde hace más de una década mi vida se rige por biorritmos kafkianos. Cuando utilizo el término “kafkiano” no estoy recurriendo a un adjetivo ya fosilizado en la cultura popular, como cuando se dice que algo es “dantesco” o “esperpéntico”. Todo lo contrario: no estoy hablando en lenguaje figurado, sino en estricto lenguaje literal.
Kafka trabajaba durante el día como supervisor de accidentes laborales, y durante la noche era el escritor (silenciado) que todos conocemos hoy. En cualquier edición decente de las obras del autor checo es posible encontrar los dibujos que éste enviaba a su empresa, en los que proponía cambios en la maquinaria para que los trabajadores no se cortaran los dedos o la mano. Al igual que T.S. Eliot, que trabajaba como gris oficinista en un banco londinense, Kafka representa un modelo de escritor muy típico del siglo XX: frente al bohemio del XIX (¿Baudelaire, Rimbaud, seguís por ahí?), el autor del XX se asegura un sueldo por las mañanas y luego escribe en sus ratos libres. Aunque siguieron existiendo autores más díscolos, como Joyce, quien no quiso tener trabajo fijo y prefirió sablear a conocidos mientras se gastaba el dinero en vino (por cierto, qué gran contestación la suya cuando le preguntaron por qué había rechazado una invitación a comer: “no quiero estar borracho a una hora tan temprana”).
El horario de Kafka en un día normal era, más o menos, el siguiente: iba a trabajar por la mañana, llegaba a casa a las cuatro o las cinco de la tarde, se pegaba una buena siesta (hasta las ocho de la tarde), salía a pasear y a comer algo, y volvía de noche para encerrarse en el dormitorio toda la madrugada. Quienes me conocen, saben que éste ha sido siempre mi ritmo vital.
Sin embargo, ahora las estoy pasando putas. En este mi lugar de destierro, el sol sale prontísimo, mucho antes que en España. Por ejemplo, hoy 15 de junio ha salido en Madrid a las 6:44 a.m., mientras que aquí lo ha hecho a las 5:36 a.m. ¿Qué significa todo esto? Pues muy sencillo: que mis célebres maratones nocturnos se acortan cada día más, porque ahora tengo que irme a la cama tempranísimo (me suelo echar dos o tres horas, para levantarme otra vez a las nueve de la mañana). Lo peor es que, como dice Copycat, según avanzan los días el sol sale un minuto antes y, al menos para mí, no hay nada tan horrible como que los primeros rayos de luz entren a las 4:30 o 5:00 a.m.
Así que toca aguantar hasta el 24 de junio, esa “entrañable” noche en la que la gente finge divertirse y que se caracteriza por ser “la más corta del año”. A partir del día 25, empezará a amanecer más tarde (cuenta atrás hacia la oscuridad invernal) y según llegue el otoño todos aquellos que tenemos biorritmos kafkianos podremos volver a sacar el búho que llevamos dentro.
Kafka trabajaba durante el día como supervisor de accidentes laborales, y durante la noche era el escritor (silenciado) que todos conocemos hoy. En cualquier edición decente de las obras del autor checo es posible encontrar los dibujos que éste enviaba a su empresa, en los que proponía cambios en la maquinaria para que los trabajadores no se cortaran los dedos o la mano. Al igual que T.S. Eliot, que trabajaba como gris oficinista en un banco londinense, Kafka representa un modelo de escritor muy típico del siglo XX: frente al bohemio del XIX (¿Baudelaire, Rimbaud, seguís por ahí?), el autor del XX se asegura un sueldo por las mañanas y luego escribe en sus ratos libres. Aunque siguieron existiendo autores más díscolos, como Joyce, quien no quiso tener trabajo fijo y prefirió sablear a conocidos mientras se gastaba el dinero en vino (por cierto, qué gran contestación la suya cuando le preguntaron por qué había rechazado una invitación a comer: “no quiero estar borracho a una hora tan temprana”).
El horario de Kafka en un día normal era, más o menos, el siguiente: iba a trabajar por la mañana, llegaba a casa a las cuatro o las cinco de la tarde, se pegaba una buena siesta (hasta las ocho de la tarde), salía a pasear y a comer algo, y volvía de noche para encerrarse en el dormitorio toda la madrugada. Quienes me conocen, saben que éste ha sido siempre mi ritmo vital.
Sin embargo, ahora las estoy pasando putas. En este mi lugar de destierro, el sol sale prontísimo, mucho antes que en España. Por ejemplo, hoy 15 de junio ha salido en Madrid a las 6:44 a.m., mientras que aquí lo ha hecho a las 5:36 a.m. ¿Qué significa todo esto? Pues muy sencillo: que mis célebres maratones nocturnos se acortan cada día más, porque ahora tengo que irme a la cama tempranísimo (me suelo echar dos o tres horas, para levantarme otra vez a las nueve de la mañana). Lo peor es que, como dice Copycat, según avanzan los días el sol sale un minuto antes y, al menos para mí, no hay nada tan horrible como que los primeros rayos de luz entren a las 4:30 o 5:00 a.m.
Así que toca aguantar hasta el 24 de junio, esa “entrañable” noche en la que la gente finge divertirse y que se caracteriza por ser “la más corta del año”. A partir del día 25, empezará a amanecer más tarde (cuenta atrás hacia la oscuridad invernal) y según llegue el otoño todos aquellos que tenemos biorritmos kafkianos podremos volver a sacar el búho que llevamos dentro.
3 Comments:
¿Biorritmos kafkianos? Definitivamente, Arbusto, eres el rey del eufemismo. Tu te pasarías el día y la noche durmiendo si te dejaran y todos lo sabemos. Y aprovecha las horas de sol, que luego el invierno es muy triste.
Macho, ten cuidado! Todos los libros de Kafka acaban mal, yo estuve leyendo a Kafka durante una temporada e incluso puedo decirte que en muchos libros el "héroe" acaba muriendo. Creo que hay un solo relato que debió ser diferente. Se trata de "Der Verschollene" (el desaparecido) que comenzó Kafka en 1912 y fue editado en 1927. Por lo visto, Kafka quería que "héroe" acabase trasladado al "paraíso", por otra parte hay partes en su diario personal que dicen que Kafka pensaba en acabar con el con unamuerte violenta.
Te he leído unas cuantas veces y nos caes muy bien... cuidato macho!!
un abrazo
Tomaré nota, señores. Frente a los duros ataques de Sue (mucha leyenda negra es lo que hay) agradezco las gentiles palabras de Nuria & Jose.
No he leído "El desaparecido", una novela incompleta que no sé por qué ha sido conocida hasta hace poco como "América". Lo de los títulos de Kafka siempre ha sido bastante confuso: basta como ejemplo "Die Verwandlung", que todo el mundo conoce como "La metamorfosis" cuando la traducción más sencilla (y correcta) no es otra sino "La transformación".
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