martes, febrero 13, 2007

Diagnóstico: lumbago

El sábado pasado me fui de juerga. Sí, ya sé que esto no es nada interesante a primera vista, pero es que desde que aterricé en Kabul hace casi dos años apenas me había prodigado en este tipo de bolos. Lo más grave del asunto fue presenciar mi estrepitoso declive físico: nunca antes me había dado un ataque de lumbago en mitad de una fiesta. Me había mareado, tropezado y otras cosas peores, pero nunca eso de quedarme más inclinado que la madre del Rey.

El caso es que el sábado llegó el tío Paco con las rebajas. En mi momento de euforia fiestera (que normalmente se registra en la franja horaria de las 3 a las 4 de la madrugada) intenté perpetrar algún tipo de movimiento de cuya naturaleza no quiero acordarme al ritmo de una más que dudosa canción de salsa. En realidad, mi exhibición físico-gestual era una coña encubierta hacia los propietarios de la casa en cuestión, que habían estado machacando toda la puta noche con música caliente de esa que se supone que gusta a todos los hispanohablantes. Así que allí estaba yo, después de superar el doble dígito en mi cuenta de pelotazos de Jack Daniel’s (algún incauto llevó una botella), dispuesto a reírme de la peña mientras gritaba (¿berreaba?) “¡Qué latino, qué latino!”. Lamentablemente, después del primer golpe de cadera tuve que hacer mutis por el foro para, una vez alcanzado el pasillo, hacer una evaluación de los daños. Diagnóstico: lumbago. Así que tuve que pasar el resto de la fiesta en un discreto segundo plano (o eso creía, hasta que Copycat me recordó algunos de mis amables comentarios en el tramo final de la convención) mientras daba viajes a la cocina para rellenar mi vaso de güisqui al más puro estilo Chiquito de la Calzada. Hoy, tres días después de la cosa, sigo aquejado de una movilidad más que reducida. Si esto sigue así, tendré que ir al médico de mi pueblo para ver si me ayuda a conseguir una paguica del Estado de esas que tanto se estilan por allí, como creo que ya conté en un post anterior.

Hay quien me ha recomendado ir al quironosequé, pero me niego en redondo a esas cosas. Por ahora intento mejorar con dos cremas que mis amables vecinos rumanos me trajeron el domingo, dos ungüentos de dudosa procedencia que según ellos no huelen al echarlos en la espalda. Pues menos mal que no olían, digo yo, porque la cosa apesta a perros muertos y encima me abrasa mi delicada y bella piel. Claro que también es culpa mía eso de confiar mi recuperación a la industria farmacéutica de los Cárpatos, que nunca destacó precisamente por sus avances tecnológicos...

7 Comments:

At 7:38 a. m., Blogger Copycat said...

Hombre, una de las cremas es de la farmacéutica Pfizer, pero el bote es como los dentífricos de hace dos décadas, que cuando los espachurrabas por el centro ya se quedaban así para siempre.

Y dicen que son inoloros, sí, pero nuestro pisito huele a enfermería que da gusto.

 
At 10:08 a. m., Anonymous Anónimo said...

eso te pasa por bailar salsa. Que te mejores. Cler

 
At 1:14 p. m., Blogger Sue said...

Oye, que había una rumana superfamosa (ahora no me acuerdo del nombre), la doctora no sé cuántos, que inventó una crema milagrosa y superfamosa también. O lo he soñado, no sé. Bueno, veo que no escarmientas, espero que te repongas para darlo todo otra vez el fin de semana.

 
At 7:33 p. m., Blogger J. said...

los años no pasan asi como asi, arbusto.
Mi abuela, que en paz descanse, lo arreglaba todo, y digo todo, con pasta de dientes.
Echa mano de la Colgate, o el Colgate, es mano de santo.

 
At 11:21 a. m., Blogger Quic said...

Por eso las rumanas que piden en el metro siempre van un poco dobladas y con la mano en los lumbares.

Si te dan ganas de limpiar cristales, tienes rumanitis, Arb.

 
At 9:01 p. m., Blogger arbusto el guerrero said...

Gracias a todos por vuestra solidaridad, no exenta de ironía en algunos casos. Después de cuatro días sigo con dolores pero al menos puedo caminar con cierta decencia.

Mi problema con el alcohol fue, como le intento explicar a Copycat a pesar de que no acepta mi argumento, que aquí las botellas de güisqui no llevan un tapón filtrador de esos que hace que el líquido salga a chorrillo. Y claro, me dio por volcar la botella con golpes secos de muñeca... y la cosa acabó como acabó.

Soy una víctima del sistema.

 
At 11:04 a. m., Anonymous Anónimo said...

Arb, tu teoría sobre el tapón filtrador de las botellas de güisqui en Kabul tiene aún menos consistencia que la mía sobre los hielos griegos. Pero seguro que no te falta razón. Otra cosa es que sea reconocida por la comunidad científica, que a mí me ha negado la razón durante años. Cler

 

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