Los monederos falsos
Los monederos falsos (1925) es una de las novelas más interesantes de André Gide, aunque ha sido tradicionalmente eclipsada por otras obras suyas como El inmoralista. Como típico representante del periodo de entreguerras, Gide reflexiona sobre el arte de escribir y plantea una novela sobre la escritura de otra novela (Unamuno hizo algo así en sus nivolas). Aunque en ciertos momentos uno puede quedarse un tanto frío ante tanto andamiaje técnico y tanta metaficción, Los monederos falsos sigue constituyendo un excelente estímulo para el lector de hoy. Hay que llegar hasta la mitad de la novela para comprender que el título viene del sistema que se montan unos niños para hacer circular monedas falsas en París.
Me acordé de la novela de Gide el pasado sábado, cuando al ir a pagar en un supermercado me enteré de que llevaba un billete falso. La chica de la caja no se anduvo con muchos remilgos, como quizá hubiera pasado en España, y en lugar de emitir palabras del tipo “creo que…” o “me parece que…” simplemente dijo:
- It’s fake.
Le pagué con el otro billete de diez dólares que tenía y me puse a examinar el falso. Ciertamente, era una copia y además de las malas-malas de verdad: al tacto, se notaba que era un papel muy poco rugoso; no tenía ninguna banda magnética; y el tamaño era un poco menor del habitual.
Me puse a pensar de dónde me habría llegado ese billete inservible. Teniendo en cuenta que el viernes me comporté como un hurón (no pisé la calle), tuve que haberlo recibido el jueves. Y ese día, casualmente, fui a comer con Copycat y un colega de la universidad (español él, para más señas). Resulta que pagué la comida con mi tarjeta de crédito y luego el chaval, que es bastante rata habitualmente, me pagó su parte en metálico. A él le tocaba apoquinar ocho dólares y pico, pero hete aquí que ni siquiera miró la cuenta y muy rumboso él (eso pensé, sorprendido, cuando lo vi) me pagó con diez dólares. Le dije que le sobraba algo de dinero y me contestó algo así como “para la propina, da igual”, lo cual me desconcertó habida cuenta de su historial de agarrado.
Como he dicho, el sábado tenía dos billetes de diez dólares: uno falso que me rechazaron, y otro con el que pagué al final. Por lo tanto, hay un 50% de posibilidades de que el billete falso viniera de mi colega y un 50% de que no, pero… lo cierto es que su comportamiento el jueves fue bastante sospechoso. Vamos, que se diría que aprovechó para encasquetar un billete fake al primer pardillo con el que se cruzó.
Dentro de unos días volveré a quedar con él y Copycat mantiene que el billete falso tiene que cumplir un viaje de vuelta hacia su titular original. Ella maneja dos opciones:
- La primera, más light, constiría simplemente en un toque de atención, al estilo de “joder, tío, qué putada el otro día. Como pillé al cabrón que me coló un billete falso…” Si se pone rojo, ya sabemos que fue él.
- La segunda, más directa, sería hacerle comprar algo y luego pagarle con el mismo billete. Me parece una estrategia bastante arriesgada porque, me temo, el chaval podría salirnos (todo digno él) con un “¡pero si este billete es falso!”, y a mí me daría mucha vergüenza contestarle con palabras tan dolorosas como ciertas del estilo “pues me lo diste tú, campeón”.
Sinceramente, prefiero quedarme con el billete falso (lo estoy utilizando para señalar las páginas de los libros) en lugar de montar un pollo con este chaval. Es evidente que una amistad vale más que diez putos dólares. Aunque, por otra parte, ¿qué tipo de amigo es aquél que te coloca moneda falsa?
Me acordé de la novela de Gide el pasado sábado, cuando al ir a pagar en un supermercado me enteré de que llevaba un billete falso. La chica de la caja no se anduvo con muchos remilgos, como quizá hubiera pasado en España, y en lugar de emitir palabras del tipo “creo que…” o “me parece que…” simplemente dijo:
- It’s fake.
Le pagué con el otro billete de diez dólares que tenía y me puse a examinar el falso. Ciertamente, era una copia y además de las malas-malas de verdad: al tacto, se notaba que era un papel muy poco rugoso; no tenía ninguna banda magnética; y el tamaño era un poco menor del habitual.
Me puse a pensar de dónde me habría llegado ese billete inservible. Teniendo en cuenta que el viernes me comporté como un hurón (no pisé la calle), tuve que haberlo recibido el jueves. Y ese día, casualmente, fui a comer con Copycat y un colega de la universidad (español él, para más señas). Resulta que pagué la comida con mi tarjeta de crédito y luego el chaval, que es bastante rata habitualmente, me pagó su parte en metálico. A él le tocaba apoquinar ocho dólares y pico, pero hete aquí que ni siquiera miró la cuenta y muy rumboso él (eso pensé, sorprendido, cuando lo vi) me pagó con diez dólares. Le dije que le sobraba algo de dinero y me contestó algo así como “para la propina, da igual”, lo cual me desconcertó habida cuenta de su historial de agarrado.
Como he dicho, el sábado tenía dos billetes de diez dólares: uno falso que me rechazaron, y otro con el que pagué al final. Por lo tanto, hay un 50% de posibilidades de que el billete falso viniera de mi colega y un 50% de que no, pero… lo cierto es que su comportamiento el jueves fue bastante sospechoso. Vamos, que se diría que aprovechó para encasquetar un billete fake al primer pardillo con el que se cruzó.
Dentro de unos días volveré a quedar con él y Copycat mantiene que el billete falso tiene que cumplir un viaje de vuelta hacia su titular original. Ella maneja dos opciones:
- La primera, más light, constiría simplemente en un toque de atención, al estilo de “joder, tío, qué putada el otro día. Como pillé al cabrón que me coló un billete falso…” Si se pone rojo, ya sabemos que fue él.
- La segunda, más directa, sería hacerle comprar algo y luego pagarle con el mismo billete. Me parece una estrategia bastante arriesgada porque, me temo, el chaval podría salirnos (todo digno él) con un “¡pero si este billete es falso!”, y a mí me daría mucha vergüenza contestarle con palabras tan dolorosas como ciertas del estilo “pues me lo diste tú, campeón”.
Sinceramente, prefiero quedarme con el billete falso (lo estoy utilizando para señalar las páginas de los libros) en lugar de montar un pollo con este chaval. Es evidente que una amistad vale más que diez putos dólares. Aunque, por otra parte, ¿qué tipo de amigo es aquél que te coloca moneda falsa?
8 Comments:
La respuesta a la última pregunta es clara: un amigo español. Anda que no te he encasquetado yo veces todo tipo de objetos fake...
Sentada cátedra, me retiro.
¿Objetos "fake"? ¿Cómo por ejemplo?
POR SUPUESTO, el billete falso te lo encasquetó el elemento patrio: hay prueba indiciarias suficiente. Vaya pedazo de cabrón, técnicamente hablando. Yo empelaría la segunda técnica, por cierto, a ver si tiene los cojones de decirte nada.
Hay gente que tiene una relación muy inadecuada con el dinero, desde luego.
Consultaré con Copycat la estrategia más adecuada, e informaré puntualmente en caso de llevarla finalmente a cabo.
Yo optaría por la versión light: "Joder qué putada, tío. A ti te ha pasado alguna vez?". Notarás en la cara inmediatamente si ha sido él.
Entonces es el momento del silencio elegante y de dejar que vuestra relación se diluya en la nada.
No escarbes si quieres conservar a tu amigo. La racanería es un defecto más, hay que perdonarlo. Yo misma tengo una hermana que es presidenta de la Cofradía del Puño Agarrado. ¿La dejo de querer por eso? No. No mucho, al menos.
Eso sí, una cosa es ser benévolo y otra, un primo. Limítate a volver a encasquetarle el billete en cuanto puedas. No creo que tenga la jeta de decir nada y, si lo dice, hazte el tonto.
...y qué pasó al final???
encontré este blog buscando información sobre Gidé y me ha despertado la curiosidad sobre ese billete falso...
Sencillamente, id a comer y cuando toque pagar le dices que te has dejado la cartera en casa y que ya le devuelves en cuanto puedas su pasta. Luego hazte el tonto, y te quedas con ese dinero verdadero y con el falso...Es que mola mazo un sujetalibros semejante, non?
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